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CRISIS LARGA, FALDA CORTA

OPINIÓN, enero 2013
por Pilar Cambra | Nº 76

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El cine, la televisión, la publicidad, las “celebridades”… Estas y otras muchas influencias puede rastrearse en la moda que seguimos a pies juntillas desde los días de labor hasta las jornadas en las que hay que vestirse “de tiros largos”, como decían nuestras abuelas. Pero, ¿la economía? ¿Cómo va a influir la bolsa – y la Bolsa- en nuestro aliño indumentario? ¿Acaso hay que prestar atención a la marcha de los mercados, de la inflación, del déficit público para intuir qué se llevará la próxima temporada y, en consecuencia, planificar nuestro armario? ¡No, claro que no! ¡Cosa tan rara!

Economía y moda sólo tiene, aparentemente, una relación: si la crisis arrecia, reciclamos prendas -¡menudo negocio el de las pequeñas tiendas en las que se apiñan dos o tres costureras!- y, en cierto modo, dejamos de inclinarnos ante las tendencias, los colores y las formas que se llevan… Cuando el bolsillo se achica vale cualquier abrigo de hace tres o dos años para calentarnos las manos… 

Pues bien: anecdótico o no, ratificado plena o parcialmente por la realidad, resulta que situación económica y moda tienen una relación más estrecha de lo que imaginamos. 

Tres ejemplos: Leonard Lauder, presidente de la marca de cosméticos Estée Lauder, dio por cierto y probado, según la cifra de negocios de su afamada compañía, que las mujeres usan más carmín de labios de un color rojo encendido cuando se barrunta una crisis o ya estamos sumidos en ella… De hecho, la venta de lápices de labios se dispararon en los Estados Unidos tras los atentados del 11S contra las Torres Gemelas… Y sí: conviene fijarse en los colores de “rouge” que se proponen a las compradoras en estos difíciles momentos económicos… Rojos pasión brillantes, jugosos, llamativos, muy alejados del humilde y discreto “toque de brillo natural”. 

Más: el economista norteamericano George Taylor, investigando lo ocurrido en los años veinte del siglo pasado, llegó a la conclusión de que “cuando el crecimiento económico es robusto y se respira confianza y optimismo, el tamaño de las faldas tiende a reducirse; por el contrario, cuando la economía pierde fuerza también disminuye el deseo de mostrar las piernas”… La flappers del jazz, con sus escasas faldas y sus cortes de pelo a lo garçon en los felices veinte y las minifaldas de Mary Quant en los prodigiosos sesenta parecen confirmar la teoría de Taylor… Aunque, la verdad, echando un vistazo a las calles parece que muchas jóvenes –y no tan jóvenes-, ataviadas con una estrecha venda que no cubre ni medio muslo, no se dan por enteradas de que están cayendo chuzos de punta en las economías de todo el mundo y que esta crisis es de tal magnitud que merecería un regreso a las faldas por los tobillos… 

Ira Cobleigh establece la misma relación que Taylor entre bonanza o depresión económicas referida a la Bolsa: cuando esta sube, las faldas también lo hacen; cuando baja, las faldas se vuelven más recatadas, como sucedió en la Gran Depresión de los años treinta. 

Y es que, felizmente, la moda, como el corazón, tiene en ocasiones razones que la propia razón no entiende. Al tiempo, la economía admite medidas y criterios bastante heterodoxos; porque, a estas historias de carmín y de faldas, unamos el hecho de que la prestigiosísima revista The Economist ¡mide y compara el índice de precios en todo el mundo en base al coste de una hamburguesa! Sí: la “Big Mac” de MacDonalds…



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