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UN AÑO MAS Y UN AÑO MENOS

OPINIÓN, enero 2009
por | Nº 31

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Hemos estrenado un nuevo año. El calendario nos dice, un poco desafiante, que ya estamos en el 2009. Los optimistas lo han recibido con ¡un año más! y los pesimistas con ¡un año menos! El paso del tiempo nos sugiere siempre objetivos concretos, unos fáciles y otros a veces superdifíciles, como por ejemplo: conseguir la eterna juventud. Si la moda se ha vuelto opcional y da juego a muchas posibilidades, en el tema de la estética personal es implacable, hay que tener una figura elástica y rectilínea y ¡sobre todo! ser joven...o, al menos, parecerlo.

La desesperada batalla para ganar la partida al tiempo hace que hoy muchas mujeres, y cada vez también más hombres, acudan a clínicas de cirugía estética, o que para demostrar que son “jóvenes de corazón “ practiquen el ejercicio físico o algún deporte de forma contundente o incluso desaforada. La cosa no es para menos. En el sistema de apariencias actual, que marcó cambios profundos a partir de los años 60, se ha forjado el ideal de parecerse cada vez más a los jóvenes, de vestir como ellos, de intentar el mito de Fausto adaptado a nuestro siglo. La revalorización y promoción de la juventud se ha impuesto como un valor incuestionable de la civilización occidental moderna.

Además de la cirugía la cosmética ha tomado también cartas en el asunto. Los productos “anti-age” son los protagonistas de las investigaciones de los laboratorios y las marcas de belleza rivalizan en ofrecer productos cada vez más eficaces. Ofrecen como conseguir una apariencia de diez años menos a los que descubre implacable la fecha del carnet de identidad, tratamientos shock y dermo-reparadores o un cambio de look con el ideal de parecerse a la modelo que sirve de imagen al producto que, curiosamente, no necesita de ningún tratamiento especial para tener un aspecto lozano y juvenil.

Los psicólogos han llamado la atención sobre la opinión generalizada de que las mujeres salen perdiendo mucho más con el avance de la edad que los hombres y que ésta se mide con distintos barómetros para el hombre y para la mujer. En general se insiste mucho en el atractivo de algunos hombres “maduros” y en su éxito entre las mujeres jóvenes, pero –aunque cada vez se prodigan más las excepciones- sigue siendo menos corriente que la mujer madura seduzca a un hombre joven.

No es raro que las marcas de cosmética llamen la atención sobre el encanto de las mujeres maduras y que se busquen slogans publicitarios para halagar a las consumidoras de mayor poder adquisitivo con frases como “ser joven no es ser bella” ó “una cosa es la juventud y otra la belleza”, pero siguen con su lucha sin descanso para prevenir o atenuar los estragos del implacable paso del tiempo y algunos profetizan que sus éxitos lograrán incluso desplazar a las intervenciones de cirugía estética.

El ansia de sentirse más joven puede ser un eficaz atractivo para la vida personal si no se cae en el error de que la juventud debe buscarse solamente de una forma externa y superficial. No se demuestra que se es joven recurriendo estrictamente a medios artificiales ni a la constancia en la gimnasia o los ejercicios que ayuden a mantener la elasticidad de la figura. Se impone una actitud personal que va más allá de la apariencia física. Ser joven es tener proyectos de futuro, conservar intactos los valores de la convivencia, adherirse a nuevas técnicas y modos de vida sin dar a entender “que cualquier tiempo pasado fue mejor” es no resignarse ante el mal como algo inevitable y ver las cosas a través de un prisma positivo y trascendente. El mito de Fausto se nos muestra en la época actual mucho más exigente. Parecer joven es, además de unos cuidados estéticos, un ejercicio de la inteligencia y de la voluntad. Y, en algunos casos, la conveniencia de seguir el consejo de un experto en envejecimiento, el profesor Kirkwood, que considera que la juventud está supervalorada y recomienda un método con valor añadido sobre cualquier clase de tratamiento estético: no preguntar ni decir nunca la edad.



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