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HILOS DE SUDOR Y LÁGRIMAS

OPINIÓN, Junio 2015
por Pilar Cambra | Nº 103
Cartel iniciativa
Cartel iniciativa
Máquina expendedora
Máquina expendedora

Si hace algunos días hubiéramos estado paseando por ciertas calles de Nueva York tal vez hubiese captado nuestra atención una máquina expendedora muy singular. Esa máquina, dotada de una pantalla, no dispensaba comidas ni refrescos, como suele ser habitual. Tampoco dinero, como las cajeros automáticos; ni billetes para el Metro… En esa máquina se podían comprar camisetas. Y baratas: a dos dólares la pieza eligiendo, además, talla. Hasta aquí nada sorprendente: una mercancía insólita a un precio barato, asequible a todos los bolsillos.

Lo peculiar comenzaba al insertar los dos dólares en la ranura correspondiente. En ese momento se iniciaba un vídeo en la pantalla en el que se informaba al comprador: “Conoce a Manisha, una entre los millones de personas que hacen tu ropa de bajo precio. Trabaja por tan sólo 13 céntimos a la hora durante dieciséis horas al día”… 

Otra cámara oculta iba grabando las reacciones de los compradores: ni uno quedaba indiferente y muchos se mostraban sinceramente afectados por la información. Y, enseguida, en el vídeo se hacía la pregunta esencial: “Y, ahora, ¿realmente quieres comprar esta camiseta por dos dólares?”. Inmediatamente se ofrecía al espectador la opción de donar ese importe para colaborar en un proyecto que intenta concienciar de la explotación, de las terribles condiciones laborales que sufren miles de trabajadores textiles a lo largo y ancho del nuestro planeta. Como mensaje final, el vídeo ofrecía una idea clara: “La gente se preocupa cuando sabe quién ha hecho la ropa que se compra barata. Ayúdanos a recordárselo al mundo. Comparte este experiencia para potenciar la Revolución de la moda”. 

La iniciativa de estas cabinas partía de un movimiento llamado “Fashion Revolution”, lanzado por la diseñadora de moda y activista británica Llevar Somer; este movimiento funciona ya en sesenta y ocho países y anima a los consumidores a indagar quién y cómo confecciona las prendas de ropa de todas las marcas, especialmente el día 24 de abril, segundo aniversario del incendio de unos edificios dedicados a la industria textil en el que murieron 1.138 trabajadores en el Rana Plaza de Bangladesh. 

Iqbal
Iqbal
Desastre en Bangladesh
Desastre en Bangladesh

HILOS DE SUDOR Y LÁGRIMAS

Esta historia que se teje –se sigue tejiendo- con hilos de sangre, sudor y lágrimas, especialmente la tragedia de Bangladesh, ha conmovido el corazón – y los bolsillos- de alguna de las más grandes marcas de moda, que realizaban una parte de su fabricación en el Rana Plaza… Concretamente, el grupo Benetton ha donado este año más de un millón de dólares al Fondo Fiduciario de Donantes del Rana Plaza, que intenta ayudar a las víctimas del incendio y a sus familiares. La cantidad entregada por Benetton es más del doble de la que recomendaron pagar a los fabricantes, tras la tragedia, los asesores independientes PwC y Worlwide Responsible Accredited Production. 

El director ejecutivo de Benetton, Marco Airoldi, dijo: “Hemos decidido ir más allá para demostrar que nos importa mucho lo sucedido… Si bien no hay reparación real para las trágica pérdida de vidas, esperamos que este mecanismo de compensación pueda ser utilizado por otras marcas que también fabricaban sus prendas en Bangladesh”

Aunque muy loables, estos movimientos y estos gestos no son aún los necesarios y suficientes para terminar con la explotación, rayana en la esclavitud, que sufren mujeres y niños de muchos países… Y no sólo en el sector textil sino también en minas, burdeles, y mendicidad controlada por mafias. 

Sin embargo, la denuncia sí comenzó por los hilos de sangre, sudor y lágrimas… Concretamente por la trama y los nudos de las alfombras de Pakistán. 

Un 16 de abril de hace veinte años asesinaron al pakistaní Iqbal Masih, que fue un niño esclavo desde los cuatro años. Su familia, católica en un país musulmán, tenía enormes dificultades para sobrevivir – su madre estaba gravemente enferma- y entregaron al niño, como ya habían hecho con su hermano mayor, a un fabricante de ladrillos. Iqbal era una criatura frágil y enclenque que no tenía fuerza para cumplir con el trabajo que le asignaba su amo quien, para obtener la “productividad” fijada a Iqbal, lo sometía a palizas brutales. Lo cambiaron dos veces de dueños hasta encontrar a un fabricante de alfombras que lo obligaba a trabajar día y noche y que tampoco ahorraba los malos tratos. 

Iqbal consiguió escapar y tras su asesinato, un productor sueco, Magnus Bermar, filmó un documental sobre él, “Iqbal Masih, muerte de un niño esclavo” que, por una vez, pareció conmover las entrañas de nuestro endurecido mundo. Ya en libertad, Iqbal consiguió hacer llegar a muchos países el mensaje de que bastantes de las maravillosas alfombras de Pakistán, adquiridas en tantos países, estaban tejidas con sangre como la suya. 

¿Por qué lo asesinaron un día de Pascua? Porque Iqbal hablaba “demasiado” poniendo al descubierto las abominables prácticas del trabajo infantil permitidas en muchas naciones y no denunciadas ante un mundo que las ignora o hace como que las ignora. Sólo una pocas instituciones – como el Movimiento Cultural Cristiano o Save the Children- siguen intentando golpear las conciencias con datos sobre esta realidad tan cruel de la que algún día, pronto o tarde, todos tendremos que rendir cuentas. 

No se trata, por supuesto, de acabar con los escasos ingresos con los que, gracias al trabajo, subsisten familias enteras en el llamado Tercer Mundo… Pero sí se trata de presionar, como consumidores, a las instituciones internacionales, a las marcas para que se paguen los sueldos justos y para que las condiciones laborales sean las que corresponden al respeto a los seres humanos. 

Se trata, en suma, de no ir vestidos con hilos de sudor y lágrimas sino con el fruto de la dignidad que todo trabajo debe tener.

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