"IN CORPORE" SANÍSIMO
OPINIÓN, Octubre 2014Zumba
Musculación
En mi barrio –supongo que como en muchos otros- por todas partes hay una gran variedad de comercios que es muy de agradecer porque te facilita la vida ‘urbanita’, ya muy complicada en sí misma… En unas cuantas calles conviven el pequeño ultramarinos de toda la vida con alguna gran superficie, las tiendas de ropa con las de bisutería, la ferretería con la sucursal bancaria, la floristería con la frutería… Por hacerlo corto: podrías sobrevivir cómodamente sin necesidad de pisar lo que se llama “el centro”, esos mastodónticos centros comerciales pensados para albergar multitudes ávidas de ver una película, comerse una pizza o comprar lo que sea en un horario casi ininterrumpido. O todo a la vez.
Cuando comenzó a arreciar la crisis, muchos de estos comercios de todos los tamaños –incluida mi librería favorita, un lugar donde te podías “emborrachar” de lectura guiada por una dependencia que amaba la letra impresa tanto como tú- echaron el cierre… A las pocas semanas o a los pocos meses esos locales vacíos abrían de nuevo con una personalidad bien distinta de la que tenían anteriormente.Y, así, mi barrio se fue poblando de lo que podríamos llamar “oferta étnica”: en primer y principal lugar abrían sus renovadas puertas los chinos de “casi todo a cien”; pero también llegaron especialistas en productos búlgaros y griegos; y esos salones de manicura y pedicura en los que delicadas chicas orientales se mueven como abejas hacendosas.
En los últimos tiempos, sin embargo, todo ha cambiado… ¡Hasta ha desaparecido uno de esos chinos que parecen insumergibles o inasequibles al desaliento!... Y bien: ¿se ha quedado mi barrio despoblado y huérfano de servicios? ¡Ni mucho menos! Los que ahora abren sus puertas son locales dedicados a la actividad más demandada -al parecer- en la actualidad: mi barrio se está poblando de gimnasios; hasta dos y hasta tres llegan a convivir en una sola calle no demasiado larga; alguno de estos gimnasios tienen unos enormes ventanales con lo que, desde la calle, puedes atisbar -¿indiscretamente?- la actividad del interior: y allí es de ver el Pilates, la Zumba, las poleas, las pesas, las cintas para correr, los enormes balones con los que se domestica la columna vertebral, en especial las vertebras lumbares… Es un espectáculo delicioso, casi como un número para principiantes del Circo del Sol.
Pero mi barrio se sigue poniendo en forma cuando el sol cae, a esa hora bruja entre el atardecer y el anochecer… Es la hora de los corredores y de los caminantes rápidos, de los ciclistas solos, en pareja y aún en grupo. Fáciles de reconocer –pantalón cortito, todo el surtido imaginable de camisetas, zapatillas de deporte con un toque fosforito-, estos deportistas son como un soplo fresco y, dada su enorme variedad de edades, como una afirmación contundente de que nunca es tarde para mantener el “corpore” sano, como recomendaba el clásico. Da, pues, gusto transitar por mi barrio y ver como cada cual celebra como le da la gana el llamado “culto al cuerpo”…
Lo malo puede llegar cuando la afición se convierte en obsesión y la persecución del “cuerpo diez” – chicas/perchas de delgadez anoréxica; tabletas de chocolate en lugar de abdomen- se lleva por delante el sentido común y las innumerables tareas que todos tenemos cada día se convierten en un penoso castigo en tanto no llega la hora feliz del Pilates, del running o del pedaleo… O sea: cuando una pequeña y casi imperceptible lorza en el estómago nos quita el sueño y nos sume en la agonía, mal, muy mal.
Y vale la pena recordar y recordarse a uno mismo que la máxima clásica tiene otra parte además de “in corpore” sanísimo… Habla también -y en primer lugar- de una “mens sana”, de una cabeza bien amueblada y bien alimentada por la lectura, la observación, la reflexión, el diálogo y hasta la meditación… De lo contrarios, gimnasios y caminatas, carreras y pedaladas no harán sino crear cuerpos –hermosos, desde luego- llenos de… nada.
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