SOBRE GUSTOS ¿HAY ALGO ESCRITO?
OPINIÓN, Noviembre 2018
Front row de Givenchy

Espectacular desfile de Chanel
Los asistentes al último desfile de Chanel para la próxima temporada primavera-verano 2019 no daban crédito a sus ojos: ¿estaban realmente frente a una pasarela del Grand Palais en París, o a punto de tomar el sol en una idílica playa? Karl Lagerfeld, el diseñador de los mil recursos, se llevó la moda a la playa y montó para su colección “Chanel By The Sea” un horizonte al borde del mar con una paisaje de arena blanca y olas de verdad cerca de las cuales las modelos, descalzas y con las sandalias en la mano, presentaban un desfile refrescante con camisas blancas, leggins estilo Capri y estampados de palmeras…
Ante espectáculos de este tipo se deduce que las pasarelas a las que se ha cuestionado incluso su existencia, se están defendiendo de los otros modos de promocionar la moda que arrasan en la actualidad y se buscan medios imaginativos y fabulosos para contrarrestar la poderosa presión de otros sistemas más al alcance de la mano. El street style, los influencers, los fotógrafos que merodean alrededor de las casas de las grandes firmas y buscan más a los modelos a pie de calle que a los que van a desfilar en las pasarelas, ponen de manifiesto que la moda no pretende concentrar sus tendencias sino divulgarlas de mil modos distintos con un sentido no gregario sino personal.
Esta individualización de la moda pone toda su carga artística y emocional sobre la personalidad del que la lleva con todos sus condicionamientos psicológicos y ambientales. Hace unos años los diseñadores tenían la última palabra y las fashion victims se plegaban a sus mandatos. Pero las fashion victims han desaparecido del mapa. Ahora cada persona debe correr el riesgo de combinar sus prendas y buscar su propio estilismo entre la maraña de tendencias que sugiere la moda lanzada en la calle, o las ideas que se buscan a veces más en el front row que en la propia pasarela.
Es evidente que el entorno social tiene un enorme peso sobre la actuación individual. En el caso del cuidado del propio look y en la creación de estilismos inciden dos factores clave: la consideración de los demás y la de uno mismo. Por eso, a pesar de los nuevos enfoques que conmueven la industria de la moda, la forma de vestir sigue siendo un modo de enfrentarse a la sociedad y de expresar el propio sentido estético, las cualidades personales y la imagen que uno quiere ofrecer de sí mismo.

Street style

Pasarela Dolce&Gabbana

Influencers
SOBRE GUSTOS ¿HAY ALGO ESCRITO?
Desde la perspectiva de la estética, la persona no puede ser considerada solamente una figura corporal. Sus gestos, su talante, todo lo que traduce una armonía interior constituye una fuente de belleza superior a la proporción de las formas o a la combinación de unas tonalidades. La elegancia tiene mucho de cualidad espiritual, una idea con la que muchos creadores de moda coinciden, y ésta se refleja en la suma de varios factores: la sensibilidad, el sentido de la oportunidad, el buen gusto.
Al referirnos al buen gusto nos podemos preguntar: ¿el gusto tiene unas leyes estéticas estables? David Hume en su ensayo “Sobre la norma del gusto” identifica el gusto de la belleza con el sentido común y abre su ensayo con la constatación de la existencia de una gran variedad de gustos. Explica que los sentimientos con respecto a la belleza difieren a menudo, que todos nos unimos para aplaudir en abstracto la elegancia, el estilo, la simplicidad o para censurar la afectación y la falsa brillantez. Pero cuando pasamos a considerar los casos particulares esta unanimidad brilla por su ausencia.

La playa en el Grand Palais
Con estas ideas, el filósofo parece dar la razón al dicho popular de que “sobre gustos no hay nada escrito”, expresando así la imposibilidad de buscar unas normas generales; pero manifiesta también la preocupación de dotar el gusto de la belleza de cierta universalidad de tipo cultural, de un acuerdo psicológico respecto al valor de determinadas formas que se consideran válidas y adecuadas. Hay formas de vestir, exhibicionismos vulgares, o una irresponsable ausencia del decoro que nunca podrán ser de buen gusto porque contradicen el valor de la persona.
La postura ideal podemos encontrarla en saber distinguir entre la generalización social propia de la moda y el gusto que siempre es algo muy personal y coloca el juicio de la belleza en su propio ámbito que es el de la libertad individual. Si la moda es cambiante, si ahora se lleva el print animal, los colores fosforito o los estampados geométricos y quizás la próxima temporada los encerrará en el baúl de los recuerdos, el buen gusto es permanente y puede dialogar acertadamente con las manifestaciones del street style, los consejos de las influencers o hasta con los refrescantes desfiles de Karl Lagerfeld con la suficiente fuerza transformadora para convertir el Grand Palais en una idílica playa.